Hoy me veo en la necesidad de contaros una historia personal (o profesional, según se mire).
Allá por el año 2005 (estando en Jaén de interino) aprobé las oposiciones por Música y obtuve mi primer destino provisional en el colegio de El Cerro de Andévalo, un pueblecito de unos 3.000 habitantes en el centro de la provincia de Huelva. Un colegio pequeño de una línea, del que fui tutor de 1er ciclo durante los cursos 2005/06 y 2006/07. Un destino difícil, por ser el primero, pero del que salí fortalecido, sin duda.En aquella tutoría de 19 niños (a los cuales jamás olvidaré por lo que significaron y por lo que me aportaron tanto en el plano profesional como personal) había una niña, Ana Mora, un rabillo de lagartija, con una eterna sonrisa en la cara a la cual le costaba centrarse. Era puro nervio, auténticas ganas de vivir. Todo el día, "Ana, atiende", "Ana, trabaja", "Ana, siéntate bien". Sin embargo, al final del segundo curso, Ana había aprendido a leer, a escribir, a sumar y a restar llevando, y otros conceptos más complejos casi sin ningún problema.
Durante los cursos 2007/08 y 2008/09 me dieron mi primer destino definitivo: Paterna del Campo. Dos buenos cursos para el recuerdo.
Desde septiembre de 2009 tengo mi segundo destino definitivo aquí en Benacazón.
Pues bien, durante el primer trimestre de ese primer curso en Benacazón, me escribió vía Tuenti una alumna en prácticas que tuve durante mis años en El Cerro. Me informaba preocupada que a Ana Mora, la niña inquieta de la sonrisa eterna le habían diagnosticado leucemia y que se encontraba ingresada en un hospital de Huelva. Conseguí el número de su padre y me interesé por su estado. Aislada en el hospital para evitar coger infecciones, le hacían pruebas para ver el tratamiento más adecuado a seguir. Pese a los miedos, todos eran optimistas. Una chiquilla con esas ganas de vivir podría con cualquier enfermedad. Les deseé lo mejor y quedé en volverles a llamar en un tiempo para saber de Ana. Entre una cosa y otra, al final no volví a hablar con ellos, aunque con frecuencia me acordaba de Ana y confiaba en que todo fuera bien.
Al cabo de dos o tres años llegó a mis oídos que el tratamiento había funcionado y que Ana se había recuperado casi por completo. Volvía a hacer vida normal. Genial, pensé, como ya había supuesto, sus ganas de vivir podían con todo.
Sin embargo, esta historia no tuvo un final feliz. El pasado jueves me enteré que Ana había vuelto a caer en los malditos brazos de la enfermedad. Murió el 8 de diciembre del pasado año a la edad de 17 primaveras, habiendo pasado por un calvario de ingresos hospitalarios. Una adolescencia llena de piedras en el camino.
No podía creerlo, aún sigo sin creérmelo. Pienso que debí haber vuelto a llamar, haberme vuelto a interesar por la pequeña niña inquieta de sonrisa eterna para haberle mandado desde la distancia mi granito de ánimo y fuerza (sé que le hizo mucha ilusión que su maestro de 1º y 2º se interesase por ella cuando ingresó la primera vez).
Espero que esté donde esté, haya encontrado la paz que la vida le negó. Desde este humilde rincón, mi recuerdo y homenaje para la pequeña niña inquieta de sonrisa eterna.
No te olvido.